Ni
siquiera se escuchó ruido antes del acto final, las pisadas estaban intactas y
los caminos se perdieron.
Me arrepentí de amarte, no por nada más que por el final inesperado. Tú
pareciste no inmutarte, guardando silencio para no variar.
Yo me bajo aquí, grité mordiéndome las lágrimas, con la sensación de que el
mundo se paró de golpe y no estaba lista para lanzarme.
No era mi parada esta vez.
Me oscurecí de pronto, me quite la vida de ti.
Nos incomprendimos, nos dejamos solos sin remedio.
Te alejaste sin siquiera despedirte de reojo.
Antes, como en un sueño me envolviste y pensé que esta vez llegaría a la cima
de tu amor, pero sin instrucciones me fue imposible. Y aprendí que el amor se
da sin un manual, ni paracaídas al final.
Cuando reaccioné ya me había abandonado en ti y te besé hasta sentir tus manos
apretando mi cuerpo, simplemente había olvidado ya lo que era vivir sin ti. Hoy
recuerdo poco.
Te quedaste dormido de pronto, imaginarlo así me libra y al mismo tiempo me lleva,
porque no siento ya la voz callada, ni la risa alta tuya ni mía.
No hay más delirio, no hay más corazón y sin sol ni luna no hay más día ni
noche.
Hasta aquí llegó esta historia inconclusa, ni siquiera se dibujó al final un
tres puntos y aparte, ni signo de exclamación o pregunta, solo un punto y
aparte tras tu silencio y mi adiós.
Nunca más te escribiré para que me leas, sabrás de mi quizá sin quererlo, sin
que yo busque aparecerme. No sé qué harás tú, mas espero lo mismo.
Aquí me bajo dijiste tú y te lanzaste sin pensarlo, dejándote solo, sin excusas
de volver por donde caminamos.
Habías tú parado el mundo para cuando yo decidí bajarme sin anticipación.
Y me lancé sin ti.
Nos quedamos solos, pero con miedo.
Nos dolió el amor y el dolor...
No te despediste con lágrimas ni explicaciones, solo te fuiste desnudo de mi.
Y así supe que eras tú.
Yo llore, me desespere y renuncie, así supe que era yo.
Lo único en común, ambos nos dejamos solos, pero con miedo.
María José Recalde 08/02/2012
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