Y
si te confieso que desde la última vez que fuimos uno
Y
me desprendí de tu piel entonces mía,
Y
tus manos materializaron en mi cuerpo, el amor que nos une
Y
el aire envidioso nos rodeó.
Porque
además no había espacio entre nosotros dos,
Ya
que nuestro calor lo ocupaba todo
Y
las palabras caían húmedas en el silencio.
Y si te digo que después de eso, ya no soy,
Porque
ni el aire me rodea, malacostumbrado a nuestro calor,
Y
mi boca busca desesperada en las noches y días tus labios,
Como
si estuvieran sedientos de ti.
Nada
más acogedor que tu cuerpo después de amarnos
Y
aferrarme a ti como si alguien quisiera llevarme lejos
(Quisiera decirte: “¡No me sueltes que me
lleva!”).
Mi
corazón que late rápido
Como
presintiendo la separación
Y
mis manos temblorosas
Aun
recorren el camino como leyendo /te
Tu
cuerpo.
Pero
como un intruso entre los dos (entre nuestro cuerpo)
El
tiempo, segundos, minutos, horas se filtran,
Y
el calor y nuestra respiración se van consumiendo,
Hasta
que finalmente (dolorosamente) somos dos.
Y
las palabras desplazan al silencio,
Y
mis ojos ven más allá de tu horizonte
(¡Que
próxima está la despedida!)
Y
me levanto,
Y
me pierdo.
Combatiente
de una batalla en la cual no se gana ni se pierde,
Pero
a la cual se extraña como un viejo camino.
Sigo
los días sucesivos inmutables, oscuros, infinitos, eternos (¿acaso sin tiempo?
),
En
los cuales mis manos recorren (nuevamente)
Lo
que materializaste en mi cuerpo.
Hernán E. Urrutia L. Julio 2010
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